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sábado, 23 de mayo de 2020

¿Qué sucede en la misa?

sábado, 23 de mayo de 2020




Monseñor André Dupleix, secretario general adjunto de la Conferencia Episcopal de Francia, recuerda, partiendo de textos de Juan Pablo II, qué es la Eucaristía.

Agradecimiento y alabanza a Dios

"En cada Santa Misa recordamos y revivimos el primer sentimiento expresado por Jesús en el momento de partir el pan, el de dar gracias" (Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2005, n. 2).

Por sentimiento de dar gracias, hay que entender el agradecimiento y la alabanza dirigidos a Dios, el Padre. Él ha sellado una alianza definitiva con los creyentes en la persona y en la vida de Jesús, el Cristo. La Eucaristía, en cuanto recuerda la Cena y las palabras de Cristo, permite que los bautizados revivan a la vez el don que Jesús hace de su vida y la salvación –es decir, la liberación total del mal– que Él realiza, aceptando por amor el sufrimiento y la muerte en cruz. Los bautizados expresan a Dios Padre su agradecimiento por su fidelidad inquebrantable, su presencia y su amor que les llevan continuamente a la vida. Todo esto, por Jesús, que es la manifestación definitiva de Dios.

Dar su cuerpo y su sangre, como hace Jesús, significa dar la propia vida

"El cuerpo y la sangre de Cristo se han entregado para la salvación del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Es una salvación integral y al mismo tiempo universal, porque nadie, a menos que lo rechace libremente, es excluido del poder salvador de la sangre de Cristo. (…) Se trata de un sacrificio ofrecido por «muchos», como dice el texto bíblico" (Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2005, n. 4).

El hombre, todo entero, necesita "ser salvado": con otras palabras, tiene una permanente necesidad de vencer todo lo que le amenaza y destruye su existencia, no sólo física, sino también moralmente. Está llamado a una vida eterna. A pesar de todas sus capacidades y, de alguna manera, su grandeza, al hombre le caracteriza su fragilidad y numerosas consecuencias de ello. Esto desde su origen. Si se hace referencia a un "sacrificio", no es en sentido de un sacrificio sangriento ni una suerte de regateo con Dios, sino en el sentido de un acto que Jesús, Dios él mismo, Dios en la carne y en la historia, ha libremente realizado, por amor. Solamente Dios puede salvar dando la vida eterna.

Dar su cuerpo y su sangre, como hace Jesús, significa dar su vida. El odio y la muerte son vencidos en su propio terreno por quien es el autor de la vida: Dios salva, realiza la "salvación" del hombre. La resurrección concierne al mismo Jesús, que no permanece prisionero de la muerte, y también a todos aquellos que están unidos espiritualmente con él. Así, los bautizados están continuamente llamados a vencer todas las formas de muerte que se manifiestan en sus vidas. Y porque Jesucristo es manifestación de Dios creador y universal, esta "salvación" no concierne solamente al bautizado, sino también a todos los hombres.

Cuando Jesús dice "en memoria mía" significa "en mi presencia"

"La Eucaristía es el «memorial», pero lo es de un modo único: no sólo es un recuerdo, sino que actualiza sacramentalmente la muerte y resurrección del Señor. (…) Jesús ha dicho: «Haced esto en memoria mía». La Eucaristía no recuerda un simple hecho; ¡recuerda a Él!" (Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2005, n. 5).

La Eucaristía es llamada un "sacramento": un rito, un signo visible y eficaz, un gesto que permite estar unidos con el Cristo vivo de una manera particular.

Es un "memorial" sencillamente porque se celebra "en memoria de" Jesucristo. Cuando Jesús dice "en memoria mía", significa "en mi presencia". En este sentido, la memoria no es el recuerdo del pasado sino una actualización, un hacerle presente.

Jesús pide a sus discípulos que le hagan presente por medio de este rito simbólico, es decir, que hagan presente no solamente la Última Cena, sino todo el Evangelio que le precede, su vida, sus palabras y sus acciones. Sólo quiere decir: "yo estaré en medio de vosotros, estaré presente incluso en la invisibilidad".

Dos "signos" son ineludibles en la celebración de la Eucaristía

"Es significativo que los dos discípulos de Emaús, oportunamente preparados por las palabras del Señor, lo reconocieran mientras estaban a la mesa en el gesto sencillo de la «fracción del pan». Una vez que las mentes están iluminadas y los corazones enfervorizados, los signos «hablan». (…) A través de los signos, el misterio se abre de alguna manera a los ojos del creyente" (Carta Apostólica Mane nobisbum Domine de Juan Pablo II para el Año de la Eucaristía, octubre 2004–octubre 2005, n. 14).

Recordemos primero que Jesús resucitado se ha acercado a los discípulos de Emaús, cuando estos se volvían tristes, convencidos de su fracaso y de su muerte. Cuando les ha alcanzado, cuando les ha explicado las Escrituras y, sobre todo, cuando ha partido el pan, sus ojos se han abierto y han comprendido, a través de estos signos, que se encontraban en presencia del resucitado.

Dos momentos, dos "signos", son ineludibles en la celebración eucarística:

1. la oración al Espíritu Santo sobre el pan y el vino, para que se conviertan en presencia efectiva de Jesucristo y nos ayuden a comprender esta presencia

2. el don de este pan y de este vino a los fieles, la "comunión", el verdadero compartir eucarístico.

Añadamos que cuando los discípulos de Emaús reconocen a Jesús, resucitado, todo alrededor de ellos se reestructura: pasan de la "di–misión", a la misión, de la angustia a la confianza.

Los signos, los ritos, toda la simbología cristiana no pueden hablar realmente sino cuando, por decirlo así, están "bien hechos", que es a lo que Juan Pablo II se refiere, en su encíclica sobre la Eucaristía, cuando habla de "dignidad" de la celebración. La expresión "espíritus iluminados" no designa también necesariamente espíritus "privilegiados" o especialmente educados, sino más bien espíritus que se dejan iluminar por el Espíritu Santo en la celebración.

La Cena, el tiempo, el lugar, donde toda la comunidad se reúne

"El aspecto más evidente de la Eucaristía es el de banquete. La Eucaristía nació la noche del Jueves Santo en el contexto de la cena pascual. Por tanto, conlleva en su estructura el sentido del convite:«Tomad, comed... (…) Bebed de ella todos...»". Este aspecto expresa muy bien la relación de comunión que Dios quiere establecer con nosotros" (Carta Apostólica Mane nobisbum Domine de Juan Pablo II para el Año de la Eucaristía, octubre 2004–octubre 2005, n. 15).

La Cena es el tiempo, el lugar donde toda la comunidad se reúne. Se habría podido retener solamente la dimensión del sacrificio en la cruz. Pero la Cena, que conlleva consigo el sentido del compartir comunitario, el aspecto festivo, la convivialidad, es un acto profundamente humano. Socialmente es muy significativo y expresa bien esta dimensión indispensable de la Eucaristía, la dimensión comunitaria y colectiva.

La Eucaristía nos hace presentes los misterios de la fe

"Efectivamente, el sacrificio eucarístico no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección (…). En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la Eucaristía «pan de vida», «pan vivo»" (Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, de Juan Pablo II, sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia, 2003, n. 14).

En la tradición religiosa el misterio designa lo que se refiere a lo más profundo de la existencia y que nunca se ha terminado de comprender. No necesariamente algo incomprensible o inexplicable.  Aun cuando el hombre no posea todas las claves, el misterio posibilita un acceso real a Dios, una renovación de nuestra vida por su presencia.

La Eucaristía nos hace presentes los misterios de la fe porque es memorial, recuerdo y actualización de los gestos y de las palabras de la Cena, y de todo lo que le seguirá, la pasión, la muerte y la resurrección.

Una presencia "real"

"La representación sacramental en la Santa Misa del sacrificio de Cristo, (…) implica una presencia (…) «real» (…): «Por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre [Concilio de Trento]. (…) Verdaderamente la Eucaristía es «mysterium fidei», misterio que supera nuestro pensamiento y puede ser acogido sólo en la fe" (Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, de Juan Pablo II, sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia, 2003, n. 15).

En el centro del sacramento, por la oración eucarística y el don del pan que es la comunión, se manifiesta para el bautizado y la comunidad eclesial, una presencia llamada "real", es decir verdadera y específica, aunque invisible, de Cristo resucitado.

Un simple discurso filosófico sobre la materia o la sustancia no es suficiente para explicar esta presencia: se da verdaderamente con un acto de fe.

Cristo está presente en nosotros de múltiples maneras

"En efecto, es precisamente el único Pan eucarístico el que nos hace un solo cuerpo. El apóstol Pablo lo afirma: «Un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan»". (…) "La Eucaristía es fuente de la unidad eclesial y, a la vez, su máxima manifestación" (Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, de Juan Pablo II, sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia, 2003, n. 21).

La imagen del Cuerpo es particular de San Pablo. Por la referencia a Cristo, recuerda mucho más que una sencilla solidaridad entre los miembros. La Iglesia es más que un cuerpo social, es unión de bautizados y de comunidades eclesiales en sus diferencias. Cada miembro del cuerpo está profundamente unido a los otros.

Cristo está presente en nosotros de múltiples maneras: en la celebración específica de los sacramentos, pero también en el corazón de cada oración personal o eclesial, y también en la íntima unión de cada bautizado con él, cualesquiera que sean las formas en las que se expresa esta relación. Como estaba presente en medio de la multitud, Jesús lo está en cada hombre y en el corazón de cada comunidad reunida por su Palabra. Pero esta presencia no se impone nunca a quien la rechaza expresamente. Esta presencia puede, en este caso, tomar misteriosamente otra forma –proximidad invisible incluso en la distancia– en el respeto de la libertad personal.