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domingo, 24 de febrero de 2019

¿Qué estamos haciendo con la catequesis?

domingo, 24 de febrero de 2019





Son muchos los siglos que han transcurrido desde el inicio de la Iglesia. Una de las tareas que tiene encomendada es hacer que resuene la Buena Noticia, convertirnos a ella para vivirla, celebrarla en comunidad y llevarla al mundo que toca vivir en cada momento y transformarlo. Ésta es la apasionante tarea que tenemos todos los catequistas.
Pero… ¿qué catequesis estamos aplicando?, ¿reducimos la fe a una mera transmisión de conocimientos?, ¿o provocamos la conversión y, una vez despertado el interés por el conocimiento de la fe revelada, educamos en ella? ¿Degradamos la importancia de los sacramentos ante la demanda de éstos y reducimos muchas veces todo un proceso a una rápida preparación para las celebraciones, en vez de ser una evolución que dure toda la vida, jalonada en sus momentos importantes con los sacramentos?
Cada hombre tiene su encuentro personal con Dios y con Jesucristo de maneras diferentes; ¿cómo podemos aplicar el mismo método para todos?
¿No estamos haciendo o intentando hacer cristianos de baja calidad, cuando lo que hace falta son cristianos auténticos y de verdad?
Es hora de parar y sentarse. Nunca más que ahora la humanidad ha estado tan sedienta de la Buena Nueva; y tenemos que hacer que ésta resuene. En los últimos años, han sido muchos los intentos por que esto sea así. Hemos pasado por la catequesis familiarcatequesis y familiaacompañamiento…: son maneras de hacer a las que hemos llegado tras reflexiones profundas de grandes catequetas. Sin embargo, a la hora de ponerlas en práctica, los catequistas de a pie nos encontramos con que son muchos los elementos que hay que cambiar:
  • la pastoral
  • la comunidad
  • la familia
  • el catequizando
  • la sociedad
  • el catequista
Tenemos que pasar de una pastoral sacramentalista a una pastoral que enamore y suscite la necesidad del sacramento, para vivir desde él; una pastoral que transforme al hombre y lo haga un hombre nuevo.
Muchas veces, los miembros de la comunidad a la que pertenecemos no nos conocemos.
Y la familia que viene a pedir los sacramentos para sus hijos ni tan siquiera sabe de esa comunidad y, mucho menos, se encuentra implicada en ella.
El catequizando, en ocasiones, no ha oído hablar de Dios, ni de Jesús ni de la Iglesia, aunque esté bautizado.
La sociedad, aparentemente, no necesita de Dios, del Dios Abba que Jesús nos ha descubierto. Actualmente, podemos calificarla de politeísta, porque adora a muchos dioses: adora a su propio cuerpo, al dinero, al bienestar, etc. No podemos permitir que ésta utilice también al Dios de Jesús, al Dios Padre, como si de uno de sus ídolos se tratara.
Los catequistas nos encontramos a veces aislados, estresados, con una dedicación exclusivamente parcial y sintiéndonos culpables de todo el fracaso de la catequesis actual.
Es imposible la transmisión de la fe mientras no abordemos todas estas realidades. Tenemos que poner solución a todo esto. Hemos de tratar desde nuestras catequesis de desvelar a ese Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace nuevo. Si conseguimos ésto, serán muchas las VIDAS que se renueven; porque, desde ese momento, será Cristo el que en ellos vivirá. Luego, todo vendrá por añadidura; pues los hombres y las mujeres que formen las comunidades serán auténticos cristianos; y los catequistas nos sentiremos enviados por ellas para anunciar el Evangelio a los catequizandos y transmitirles la fe de la Iglesia.
Necesitamos invertir tiempo y personas enamoradas y embarcadas en esta tarea. Es necesario que las catequesis sean un verdadero proceso de maduración en la fe, que inicie a la vida cristiana; una formación orgánica y sistemática, esencial y básica, que los lleve a un seguimiento de Jesucristo, a un enamorarse de él y de su forma de vivir, y que los incorpore a la comunidad que vive y celebra esa misma fe.
Por otro lado, no hay que olvidar que, en muchas ocasiones, pretendemos transmitir el contenido de la fe, de nuestra fe, a personas que nos vienen desestructuradas, personas que se encuentran en ambientes paganos, politeístas y humanamente rotos. ¿No habría que alargar en el tiempo, posponer la transmisión del contenido de la fe, hasta que hayamos reconstruido elementalmente al hombre? Así, esta tierra comenzaría a ser una tierra fructífera, en la que sí sería bien acogida la fe. Porque el hombre es una totalidad, y difícilmente habrá cristianos de verdad si sólo abarcamos el ámbito cognitivo de éste.
Si nos fijamos, estamos viviendo situaciones similares a las del apóstol Pablo. Y, como nos hallamos inmersos en el Año Paulino, sería un buen momento para darnos cuenta de la urgencia que tenemos de cristianos auténticos y comunidades verdaderas que vivan, celebren y anuncien su fe, como aquéllas de Corinto, Éfeso, etc.